“El Amor después del Amor”. O el Amor después de la tercera estrella. Así como el famoso tema -y la serie televisiva biográfica- de Fito Páez discurre sobre los vericuetos y baja a las profundidades filosóficas del amor -y más allá de la pasión-, los hinchas argentinos se volvieron a entregar a esta exploración: cómo prolongar al infinito la devoción a Leo Messi y a la selección albiceleste después del éxtasis de Qatar.
Por ejemplo, pagar lo que se pagó para ocupar un lugar en el renovado coliseo Monumental, para ver en vivo y en directo a los héroes del Mundial 2022 supuso, por sí mismo, una “prueba de amor” irrefutable hacia los campeones.
“Reuní a mi familia e hicimos un sorteo. Somos cuatro, pero podíamos pagar sólo dos entradas del remanente que salió a la venta el martes. Nos metimos, compramos las entradas y me vine con Joaquín”, dijo Tomás Rodríguez señalando a su hijo de 10 años. La próxima vez, seguramente, será el turno de su hermanito Santiago, de siete.
A dos horas y pico para el inicio del partido, se produjo una confusión llamativa: la gente que ocupaba la Centenario Baja, al ver salir al campo de juego a unas personas con ropa deportiva azul, pensó que se trataba de integrantes de la Selección argentina. Y comenzó a entonar: “Que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta…”. Decepción y algunas risas al percatarse de que se trataba de miembros del cuerpo arbitral. Fin de la curiosa escena.
Eso sí, hubo algunos claros en las gradas. Y de nuevo, un ambiente híper familiar. A semejanza del partido homenaje-festejo de marzo ante Panamá, quizá incluso más. Muchos niños y niñas en plateas, bastaba con escuchar los alaridos cuando el cartel electrónico mostraba a los jugadores de Argentina descender del micro y adentrarse en las entrañas del Monumental.
¿Hace falta mencionar quién fue el más ovacionado? Leo fue escoltado en el top 3 por “Dibu” y por Enzo, otros dos que no precisan de apellidos para ser identificados entre los más queridos. A las 20.13, la ovación al arquero del Aston Villa. Y el “dale campeón, dale campeón”, que pone la piel de gallina cuando a las 20.21 el equipo en pleno pisó el césped.
Sol Tagliacci derrama una lágrima: recién llegada de Gualeguaychú, nunca antes había visto a Messi en vivo. La joven levanta unos centímetros el jean y muestra un tatuaje del sujeto de su devoción a la altura de la pantorrilla izquierda. Es el rosarino levantando la Copa América ganada en el Maracaná.
La expectativa fue in crescendo hacia las 21, aunque cuando finalmente salieron los equipos, la emoción pareció no encontrar otro cauce que un silencio de admiración y de extrañamiento, quizá de hechizo: allí estaban los campeones del mundo vestidos de albiceleste al alcance de los ojos, el sueño hecho realidad para más de una generación virgen.
Después del Himno a cargo de Abel Pintos, con algún tinte de folclore, y del “juremos con gloria a morir”, a la gente le llevó un tiempo largo comprender que también debía jugar su partido. El aliento atronó recién a los 40 minutos, en rescate de un equipo que estaba por entonces planchado.
El complemento fue bien distinto, pura ansiedad, hasta el estallido del minuto 77, cuando todo el mundo supo que el toque mágico de Messi estaba al caer. Cuando él acarició la pelota con el botín zurdo, alguien escuchó la voz de Fito cantar: “Nadie puede, ni nadie debe, vivir, vivir sin amor… En la esencia de las almas, en la ausencia del dolor, ahora sé que ya no puedo vivir sin tu amor”.